29 de septiembre de 2010

El otoño

En Cuba no teníamos otoño. Últimamente ni siquiera teníamos primavera y el invierno es, a veces, un recordatorio a la miseria para el que no tiene abrigos, sábanas, paredes sólidas. Allá siempre es verano, sin otras estaciones evidentes. Allá todo sucede con esa calma violenta que casi siempre nos deprime y nos reprime y nos comprime y nos suprime. Vivíamos en esa metáfora sarcástica y no teníamos demasiada poesía. Carecíamos de dinero o demasiadas cosas que comprar y éramos consumistas. Veíamos caer las miradas, las sonrisas, las esperanzas, las hojas y los árboles, y no teníamos otoño. Disfrutábamos de esa felicidad virtual: nada nos importaba porque la realidad, lo verdaderamente real, estaba dentro de los muros y más allá de esos muros no había nada, si acaso unas fotos con demasiados colores, unas postales ostentosas. Aquí, al otro lado, tenemos estaciones, podemos ejercer la decencia y la honestidad, podemos expresarnos sin temor a los vecinos o al Gran Hermano que vigila. Tenemos este otoño que se deja caer sobre los árboles con esa rabia de tonos amarillentos, de una belleza indescriptible. Acá tenemos algunas cosas que dan cierta tranquilidad pero no tenemos patria. Creo que allá tampoco teníamos patria. En realidad no teníamos nada, o casi nada, que no es lo mismo, pero es igual.

2 comentarios:

Ivis dijo...

Qué triste reflexión, poeta, muy otoñal. Yo también siento los efectos del otoño aquí en este lugar al que he venido a parar, es una melancolía deliciosa, y cuando te vas acostumbrando no es ni siquiera triste, es simplemente una época de cambio. Has dado en el clavo con esa descripción del otoño cubano, te felicito. Un abrazo.

Anónimo dijo...

un beso...yo