22 de enero de 2011

El libro

Me gusta comprar libros usados. No por lo baratos, sino por ese olor que me traslada, a ratos, a mi niñez. Me gusta saber que ese mismo libro estuvo en manos de alguien y que esa persona experimentó sensaciones diferentes a las que voy a experimentar yo cuando vaya pasando, una a una, las páginas gastadas. Me gusta encontrar notas en los márgenes, páginas marcadas, versos o párrafos completos subrayados. Me gusta violar dedicatorias.

El último libro que he comprado (el más reciente, diría un supersticioso) es Modern Poetry (volumen VII), una compilación de poesía moderna con nombres tan llamativos como Yeats, Eliot, Auden, Wallace Stevens, Ezra Pound o e. e. cummings. La compra está justificada. Pero lo más interesante de este libro es que tiene un pequeño doblez en una página, un poema escrito por uno de mis favoritos y que me toca muy de cerca, uno que he intentado traducir más de una vez pero me quedo siempre contemplando su sencilla grandeza y nunca lo termino. Quienquiera fuera el dueño de este libro estaba tan jodido como yo, o éramos almas gemelas, o quizás este volumen fue mío en otra vida.

Acquainted with the Night

I have been one acquainted with the night.
I have walked out in rain -and back in rain.
I have outwalked the furthest city light.

I have looked down the saddest city lane.
I have passed by the watchman on his beat
And dropped my eyes, unwilling to explain.

I have stood still and stopped the sound of feet
When far away an interrupted cry
Came over houses from another street,

But not to call me back or say good-bye;
And further still at an unearthly height,
A luminary clock against the sky

Proclaimed the time was neither wrong nor right.
I have been one acquainted with the night.

Robert Frost