5 de diciembre de 2009

Absolutismo

No recuerdo la edad. Ni el grado escolar. Pero cuando era niño, muchacho, qué sé yo, estudié Historia Antigua e Historia Contemporánea. Recuerdo los libros. De tapa dura. Durísima. Me gusta la Historia. Dicen que siempre la cuentan los vencedores pero no me importa siempre que sea atractiva, como muchos pasajes de la Biblia. Cuando era niño, casi muchacho, me leí la Biblia. También me leí el Popol Vuh. Igual me leí El Capital. Pero en los libros de historia siempre hubo un término que, posiblemente, desapareció de los folletos escolares: el absolutismo, esto es, el mandato absoluto de un rey. O sea, la obediencia a un rey por ley divina, entiéndase, por ley de Dios. Si es Dios quien manda no hay problema. Al menos es algo o alguien a quien no conocemos ni vemos por la televisión. No lanza extensos discursos ni se autoproclama como Dios. La existencia de Dios es consecuencia del vacío de otros que en otra época necesitaban creer en algo, aferrarse a algo. Lo interesante es que todavía multitudes creen en Dios. Y más interesante es que, todavía, multitudes aplaudan la existencia de un Papa o de los reyes.

Los reyes son reyes toda la vida, por generaciones de generaciones. Por alguna razón azarosa que presupone descubrimientos y quién encontró a quién, Canadá tiene una reina. Nunca viene, pero de vez en cuando se aparecen los de su prole a visitar. Siempre hay protestas, porque nadie entiende que Canadá tenga reyes. Eso es cosa del pasado. De igual forma que existe la palabra absolutismo existe la palabra democracia. Democracia quiere decir que el pueblo tiene la capacidad y la posibilidad de decidir su destino, de votar por esa persona que gobernará mal o bien a la nación. Y Canadá nunca tuvo reyes. Hubo caciques, o jefes indios, y era y sigue siendo un vasto terreno desierto, casi inhabitado. Recientemente han venido a Canadá el príncipe y su esposa. Mirando las protestas me puse a pensar en que realmente no tienen sentido. Ni la reina ni su prole decide nada que tenga que ver con la vida de los canadienses. Su absolutismo es cuestión de razas y descendencias "divinas". Pero ellos, con todo ese andamiaje pomposo, no pueden venir a decirle a los canadienses qué tienen o qué no pueden hacer.

Pienso en mi país. Me pregunto qué palabra le vendría bien a lo que impera allá. No es absolutismo, porque esos que gobiernan no creen en Dios. Hubo un tiempo en que creer en Dios era un crimen en la Isla. No debe ser democracia porque yo nunca voté por ese que gobierna. O esos que gobiernan. Yo voté alguna vez por alguien en mi barrio que luego iría y votaría por otra persona que votaría por otra persona y así hasta llegar a la Asamblea Nacional, donde decidirían quién sería el regente. Pero con seguridad, entre absolutismo y democracia, el primero se acerca más. De todas formas, la existencia de Dios es algo relativamente cuestionable.

1 comentario:

Norges Sánchez dijo...

De pinga hermano, de pinga