21 de octubre de 2009

El futuro (luminoso) de la Patria

Desde niño me anunciaron el futuro luminoso de la Patria. Me lo imaginaba, era muy pequeño entonces, con luces titilantes, serpentinas de colores fosforescentes, fuegos artificiales. Más tarde se me antojaba que lo que anunciaban como el futuro luminoso de la Patria sería más o menos un país limpio como esos que se ven en las películas, o este en el que vivo hoy, sin paredes agrietadas, sin calles pedregosas y polvorientas, sin gente con rostros turbados por la desesperanza. Me lo imaginaba verdaderamente radiante, casi una luz cegadora. Pero yo crecía y mis padres iban envejeciendo gradualmente y no llegaba el tan anunciado futuro, y yo estaba casi seguro de que nos iba a sorprender un día para el que estuvimos preparados desde siempre. Esa seguridad se fue convirtiendo en una vaga esperanza y más tarde en la cruel incertidumbre. Siempre hubo personas que no creyeron nunca en un futuro y mucho menos luminoso. Los llamaban incrédulos, hombre de poca fe. Luego esos mismos hombres desaparecieron y ahora habitan en ciudades más o menos luminosas. Hace nueve meses yo salí de Cuba y todavía seguía creyendo, ingenuamente, que un día llegaría el futuro y no iba a ser testigo de eso. Incluso hubo muchos que me lo confirmaron: ya el futuro luminoso de la Patria estaba cerca y yo estaría demasiado lejos. Muchas veces me acusaron de pesimista: a todo le veía el lado oscuro, la parte podrida, y por hombres como yo el país no avanzaba, por hombres como yo el futuro de la Patria tardaba en alumbrarse de una vez por todas. Poco antes de venir a Canadá la Isla fue azotada por uno de los peores ciclones de nuestra huracanada historia, justo cuando se esperaba al menos una chispa de ese añorado porvenir. Escuché decir a muchas personas que Dios nos había abandonado en medio del mar y a otras que ni siquiera la Naturaleza (el dios de los ateos) estaba de nuestro lado. Ya viviendo aquí regresaban los apagones, y eso confirmó, una vez más, mis sospechas. El soñado advenimiento sigue siendo una quimera. La libreta de abastecimientos agoniza y aquellas cosas que se suponía eran bondades (la esencia de todos esos años de resistencia) se vuelven ahora contra el pueblo: es culpa del pueblo haberse acostumbrado a esas gratuidades, haber estado chupando la teta bondadosa de la Matria y es culpa del pueblo y sólo del pueblo que ahora Ella esté así, famélica, ojerosa. Yo siempre sospeché que el futuro de la Patria nunca llegaría, pero como la inocencia no es un pecado capital, siempre guardaba la inocente esperanza de que, de pronto, se abrirían los cielos y los mares y se haría la luz sobre la Isla. Ah, el futuro… Todavía cierro los ojos y casi puedo olerlo, palparlo, saborearlo.