4 de marzo de 2009

La traición

"Muchas veces en la vida, me han llamado traidor. La primera fue a los doce años y tres meses, cuando vivía en un barrio a las afueras de Jerusalén. Fue durante las vacaciones de verano, faltaba menos de un año para que el gobierno británico se retirase del país y naciera, en medio de la guerra, el Estado de Israel.

Una mañana vimos en la pared de nuestra casa, debajo de la ventana de la cocina, escritas con unas letras gruesas y negras, unas palabras que decían: ¡Profi, boged sahfel! [Profi, vil traidor].

El término vil despertó en mí una inquietud que hasta hoy, mientras estoy sentado escribiendo esta historia, me sigue interesando: ¿puede haber un traidor que no sea vil? De no ser así ¿por qué se molestaría Chita Reznik (reconocí su letra) en añadir la palabra vil? Así que, entonces, ¿en qué casos la traición no es vil?"

Así comienza la novela Una pantera en el sótano, del escritor judío, Premio Nóbel de Literatura, Amos Oz. En ella el tema principal pretende ser la traición, o al menos la novela trata de girar acerca del tema de la traición, pero en realidad el argumento tiene que ver con la tolerancia. Cuenta la historia de un joven judío de la Israel bajo la ocupación británica que entabla una amistad con un soldado del país invasor. Esta amistad surge luego de que Profi es detenido por el teniente Dunlop después del toque de queda y éste lo entrega a su familia sin mayores repercusiones. Ellos llegan, durante el trayecto, a un acuerdo tácito: el judío le enseñará hebreo al soldado y éste a su vez le enseñará inglés al adolescente. El jovencito pertenece a una suerte de organización de la resistencia con dos de sus mejores amigos de la niñez y, al creer que los traiciona, decide contarles que se está infiltrando en las filas del enemigo. Sus amigos cuestionan esta relación, y él mismo empieza a cuestionarse si no es un traidor.

Leí esta novela con una doble satisfacción. Primero porque está escrita con maestría y a la vez con sencillez, y cada vez que terminaba de leer un capítulo me decía: vaya que sí merece un Nóbel este tipo. Segundo porque estuve todo el tiempo reflexionando acerca de la traición y sus implicaciones en Cuba. O al menos qué se entiende por traición en nuestro país, y llegué a la conclusión, otra vez, de que como siempre, estamos ante un trastorno de conceptos. Preferiría limitarme a cómo se comporta este fenómeno en el mundo intelectual y si pudiera me circunscribiría al de la literatura porque para hablar de traición en Cuba habría que comenzar a analizar el “caso Ochoa”, o incluso más atrás, y ya ahí hay demasiada tela por donde cortar. Voy a contar de lo que veo y de lo que sé y, más allá de la traición, quiero hablar de la intolerancia y la arbitrariedad a la hora de manejar quién traiciona y quién no, porque sí sabemos LO que se traiciona.

“Epur si mouve”, susurró Galileo Galilei frente a la Inquisición después de admitir que la tierra no era redonda. Se había convertido en un hereje. Y qué cosa no es un hereje sino un traidor. Siglos después esta historia se repetiría en nuestra Isla cuando Heberto Padilla tuvo que arrepentirse y autocriticarse por el único delito de haber escrito un libro que, al paso de los años, ha demostrado ser un texto inocente dentro de la poesía cubana en la Revolución. Pero en aquel momento era peligroso que alguien escribiera, dijera, pensara cosas así. Y era más peligroso si además el libro era bien acogido por el jurado de uno de los más prestigiosos concursos del país (UNEAC). Y ya se convertía en asunto de Estado si era premiado y había que publicarlo. Padilla había sido encarcelado por escribir un libro y con eso se les daba un ejemplo a los intelectuales cubanos de cuál sería el destino de la creación artístico-literaria de la nación “naciente”.

En el año 1999, con la idea de esbozar una antología de poesía con el tema del árbol, cosa que deseché antes de llegar a juntar la primera parte, andaba yo hurgando en los anaqueles de la Biblioteca Provincial José Martí, en Las Tunas, y encontré, para sorpresa mía, tres ejemplares de Fuera de juego, el poemario en cuestión. En la página de créditos, un cuño verde-azul: CLAUSURADO. Era la palabra que menos esperaba. CENSURADO hubiera estado mejor porque quién puede clausurar un libro. Los tres ejemplares estaban nuevos, como salidos de imprenta, sólo con ese color amarillento por la humedad y el polvo, pero vírgenes de lectores. Le pedí a un amigo (por supuesto a uno al que no le interesaba la literatura) que los robara por mí. Y los tuve guardados hasta que un día los vendí junto con una edición barata de Cecilia Valdés. Después me arrepentí, pero en aquel entonces el dinero me vino de maravillas y nunca he sido ese que acapara libros.

La primera vez que leí ese libro ni siquiera lo disfruté demasiado pensando más en lo que lo había convertido en objeto de culto. Padilla había traicionado los ideales de la Patria. Y desde entonces me preocupó el tema de la traición. En Las Tunas miraba al Guille (Guillermo Vidal, mi maestro) y no entendía porque lo habían expulsado del Pedagógico, porqué las autoridades culturales y no culturales de la provincia lo miraban de reojo como un ente peligroso. El Guille también era un traidor. A pesar de que nunca se quiso ir de Las Tunas y murió allí fue, a los ojos de la oficialidad, un traidor.

Pero, ¿cómo sabemos que un escritor es un traidor? Por los años setenta, específicamente 1971 cuando se celebró el Congreso de Educación y Cultura, existía la “parametración” mediante la cual las autoridades culturales (y no) establecían qué escritores y artistas pasaban por el filtro en dependencia de la cantidad de impurezas que ostentaba (preferencias sexuales, religiosas, posición política y hasta relaciones con extranjeros o familiares viviendo fuera de la Isla). Por eso el año pasado se alzaron las voces de cientos de escritores y artistas en Cuba y el extranjero cuando aparecieron en la televisión nacional dos de los personajes más siniestros de esa época: Papito Serguera (que acaba de fallecer) y Luis Pavón. Pareciera que los parametrados de la época y aquellos que sienten que pueden ser parametrados en estos tiempos se asustaron cuando vieron renacer en la pantalla a estos dos señores. Después de toda la gritería electrónica, no pasó nada. Sin embargo, las preguntas todavía dan vueltas en el enrarecido aire nacional: ¿existirá todavía un sistema de parametración en Cuba? ¿Quién está limpio de pecados según el credo revolucionario? ¿Cómo sabemos ahora quién es un traidor o quién no lo es?

Y no sé por qué hablo de escritores, cuando en realidad debía referirme a toda clase de profesiones que tienen vedada la entrada a la Isla simplemente porque el concepto de traición en Cuba responde a mecanismos ajenos a la cordura. El caso que más se mueve en Cuba no es el de los escritores. Pecaría yo si pensara que es así. La invisibilidad en la que siempre hemos estado refugiados los escritores nos ha librado un poco del rechazo mediático que impulsan las autoridades. Los más desfavorecidos han sido los deportistas, los médicos y los actores, pero sobre todo los primeros. En cuanto un deportista se va del país, y en cuanto ya se sabe que se sabe, aparece una nota en la televisión señalando que el deportista tal desertó, dejándose engañar por los cantos de sirena y blablabla. Después los músicos y bailarines y actores y un etcétera larguísimo. Y hasta los políticos, que después de haber “servido” ciegamente, los destituyen ante la más mínima duda, ante el más leve asomo de traición. En ese, como en todos los casos, traición es contradecir o ir contra los designios de los gobernantes. La lista acaba de alargarse hace sólo un par de días. Roma paga a los traidores, pero los desprecia. Después de haber servido tantos años ahora se les trata de indignos y ambiciosos. Nadie sabe a ciencia cierta qué habrán hecho todos esos ministros para ser destituidos de la noche a la mañana. Puede que hayan ido en contra de los principios revolucionarios que nos inculcaron desde niños y que nadie cumple porque para eso habría que ser perfecto. “Pioneros por el comunismo. ¡Seremos como el Che!” es una consigna casi suicida que todavía, un mes antes de venir, tuve que escuchar de boca de mi ahijada el día que le (im)pusieron la pañoleta.

En Cuba te puedes equivocar, pero no puedes rectificar. Los boxeadores Yuriolkis Gamboa, Erislandi Lara y Guillermo Rigondeaux, en un gesto casi infantil, se arrepintieron cuando estuvieron a punto de desertar en Brasil y regresaron a la Patria. Sabían que se les impondría un castigo, pero ellos, repito, infantilmente, pensaron que los dejarían seguir peleando pero no fue así. Así, uno a uno, se escaparon cuando se dieron cuenta de que el perdón no les llegaría. Todavía Rigondeaux esperó un poco más, y ni su aval como el mejor boxeador amateur del mundo fue suficiente.

Yo veo que Beckham juega en el equipo que se le ocurre y en su país ni el Primer Ministro ni la Reina lo consideran un traidor. Ni en España a Pau Gasol; ni a los peloteros venezolanos o los dominicanos o los puertorriqueños en sus respectivos países. Y veo, cuando camino por las calles de Brampton y Toronto, a cientos de inmigrantes y me pregunto si a ellos se les considera traidores en sus respectivos países. Yo mismo, meses antes de venir a Canadá, a pesar de que salía de Cuba por una de las vías más legales que hay, me cuestionaba si estaba traicionando algo. Y el verbo “traicionar”, como quiera que se le conjugue, es fuerte, es terrible, es doloroso, es vil.

Dice Amos Oz en Contra el fanatismo, un libro que recoge tres conferencias acerca de este tema, que el traidor “es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, un traidor a ojos del fanático”.

Me basta.

5 comentarios:

Eduardo Frias Etayo dijo...

hago un pequeño brindis por otros traidores no tan conocidos, por el traidor Osmany, por el traidor Eduardo, por la traidora Anita, por el traidor Yordan, por la traidora Yen, hasta por el traidor Pepe, que salió primero y está traicionando en Holanda, y por cuanto traidor amigo ande por ahí.
Salud

Chantal Plata dijo...

Buenísimo! Qué lindo leerte por aquí!

Ivis dijo...

Interesante artículo, poeta, ¿estás cambiando de registro o son ideas mías? La política, ah, qué gusanillo más tenaz. Poco a poco se te va metiendo en el cuerpo aún en contra de tu voluntad. Es otra manera de ver el mundo.
Me ha encantado lo de Amos Oz, voy a buscar algo suyo, ¿qué me recomiendas?
Por último, en nuestra historia hay traidores, pero no son precisamente los que abandonan la patria, sino los gobernantes que traicionaron un día a su pueblo y se aferraron al poder a costa del sacrificio de todo el pueblo cubano.

Anónimo dijo...

Pípol, adivinen a quién me encontré ayer en el bus (si, porque si digo "guagua" no es lo mismo) a Mabis.. la misma, la de Cubalit. Ya la había visto antes en el aeropuerto, hace como un año. No pude saludarla esta vez, o más bien, no quise.

Andrés era vecino mío, pero perdí sus señas. (El Barca, no el Soria)

Y por la calle me tropecé con el escritor este, no me acuerdo su nombre...

Para colmo anoche soñé con Issel y Kirssy.

En fin eso de que el mundo es un pañuelo es verdad, y sobre todo lleno de mocos.

Un beso al Poeta..Timón, por todo esto y más.

Y otro para los que andamos vagando sabrá .... por dónde.

Y que nos desaparecemos con histeria porque estamos enfermos de traición. Demasiados muñequitos rusos.

Anónimo dijo...

Realmente yo soy el que me siento traicinado por la mal llamada revolucion y el gobierno de burros con orejeras que llevaron a la bancarrota moral y economica a cuba,
Nos estafaron y nos piden realtad, vaya mal negocio que hicimos.