26 de octubre de 2009

La historia

En Cuba hay 169 municipios. En cada uno hay un museo. Incluso hay pequeños museos en pequeñas localidades que no son municipios. Se supone que estos museos atesoren la historia de esos lugares. En Colombia, otrora municipio Elia, el pueblo donde nací, hay un museo. En Amancio Rodríguez, otrora municipio Francisco, el pueblo donnde crecí, también hay un museo. No recuerdo mucho el de Colombia. Era muy pequeño cuando me fui de allí y en las lecturas de poesía que hice luego en ese espacio retiraban los objetos del claustro principal por miedo a que los escritores (coleccionistas de cualquier cosa que brille, como los güijes) los robaran. Recuerdo el museo de Amancio. Había objetos que, supuestamente, pertenecieron a los aborígenes de la zona. A los aborígenes de antes, los que usaban taparrabos. Los de ahora también, a veces, tienen que usar taparrabos, pensaría un inocente (y aberrado) lector, como tú. Pero digo a los que fueron colonizados. Los de ahora (pensarás), de alguna forma, también han sido colonizados. Pero me refiero a los que fueron colonizados por los españoles. En Amancio viven, por temporadas, españoles que han colonizado a unas mulatas que se pasean semidesnudas por la calle principal del pueblo. O de la aldea. Creo que sus habitantes son recolectores, o cazadores, o ambos. Creo que, a veces, son caníbales. Pero no hay nada de los aborígenes de este tiempo en los museos. Hay de los aborígenes de antes. Piedras talladas, pedazos de madera que fueron utensilios de caza y pesca, restos de hachas. Para defenderse. Para rebelarse. Los aborígenes de antes se rebelaban, y luego los quemaban. También hay objetos de los mambises, que también se rebelaban. Fusiles, pistolas, machetes, sables, balas, cartucheras. Frases escritas o dichas por ellos contra el yugo colonial, el de antes. En el museo de Amancio, recuerdo, había un pollito de cuatro patas. No entendíamos qué tenía que ver el pollito con la historia nacional, o municipal. Ni el pollito ni sus cuatro patas. Era triste verlo allí, pegado a un pedazo de madera. El pollito estaba triste, quizás porque estaba rodeado de mucha, demasiada historia. Después hubo otros animales, tristes también. Demasiada historia, supongo. Imagino que los niños van al museo de Amancio y miran al pollito de cuatro patas, si existe todavía, y no entienden qué tiene que ver aquello con la historia de la Patria. Un pollito de cuatro patas no es más que un pobre animalito con una deformidad. La historia de la Patria no es más que un pobre animalito.

21 de octubre de 2009

El futuro (luminoso) de la Patria

Desde niño me anunciaron el futuro luminoso de la Patria. Me lo imaginaba, era muy pequeño entonces, con luces titilantes, serpentinas de colores fosforescentes, fuegos artificiales. Más tarde se me antojaba que lo que anunciaban como el futuro luminoso de la Patria sería más o menos un país limpio como esos que se ven en las películas, o este en el que vivo hoy, sin paredes agrietadas, sin calles pedregosas y polvorientas, sin gente con rostros turbados por la desesperanza. Me lo imaginaba verdaderamente radiante, casi una luz cegadora. Pero yo crecía y mis padres iban envejeciendo gradualmente y no llegaba el tan anunciado futuro, y yo estaba casi seguro de que nos iba a sorprender un día para el que estuvimos preparados desde siempre. Esa seguridad se fue convirtiendo en una vaga esperanza y más tarde en la cruel incertidumbre. Siempre hubo personas que no creyeron nunca en un futuro y mucho menos luminoso. Los llamaban incrédulos, hombre de poca fe. Luego esos mismos hombres desaparecieron y ahora habitan en ciudades más o menos luminosas. Hace nueve meses yo salí de Cuba y todavía seguía creyendo, ingenuamente, que un día llegaría el futuro y no iba a ser testigo de eso. Incluso hubo muchos que me lo confirmaron: ya el futuro luminoso de la Patria estaba cerca y yo estaría demasiado lejos. Muchas veces me acusaron de pesimista: a todo le veía el lado oscuro, la parte podrida, y por hombres como yo el país no avanzaba, por hombres como yo el futuro de la Patria tardaba en alumbrarse de una vez por todas. Poco antes de venir a Canadá la Isla fue azotada por uno de los peores ciclones de nuestra huracanada historia, justo cuando se esperaba al menos una chispa de ese añorado porvenir. Escuché decir a muchas personas que Dios nos había abandonado en medio del mar y a otras que ni siquiera la Naturaleza (el dios de los ateos) estaba de nuestro lado. Ya viviendo aquí regresaban los apagones, y eso confirmó, una vez más, mis sospechas. El soñado advenimiento sigue siendo una quimera. La libreta de abastecimientos agoniza y aquellas cosas que se suponía eran bondades (la esencia de todos esos años de resistencia) se vuelven ahora contra el pueblo: es culpa del pueblo haberse acostumbrado a esas gratuidades, haber estado chupando la teta bondadosa de la Matria y es culpa del pueblo y sólo del pueblo que ahora Ella esté así, famélica, ojerosa. Yo siempre sospeché que el futuro de la Patria nunca llegaría, pero como la inocencia no es un pecado capital, siempre guardaba la inocente esperanza de que, de pronto, se abrirían los cielos y los mares y se haría la luz sobre la Isla. Ah, el futuro… Todavía cierro los ojos y casi puedo olerlo, palparlo, saborearlo.