28 de enero de 2009

La pelea

Cuando estás fuera de Cuba cualquier cosa que te sepa a Cuba o te recuerde a Cuba te viene bien. Desde encontrar en un supermercado barra de guayaba Conchita, guarapo en lata o escuchar a dos tipos en un café echando pingas y cojones a sabiendas de que, supuestamente, nadie los entiende. Por eso cuando un viernes por la noche Carlos, un amigo que también escogió la distancia dolorosa, te llama para invitarte a casa de Macho (otro coterráneo) a ver peleas de boxeo de tres cubanos que desertaron y escogieron el camino del profesionalismo, no puedes resistirte aunque te mueras del cansancio. Carlos me dice que esta vez las peleas las transmitirán gratis, por ESPN2, y estarán Erislandi Lara, Odlanier Solís y Yuriolkis Gamboa, este último llamado a ser uno de los más espectaculares boxeadores del deporte profesional.

En ese contexto, o sea, en medio de amigos y cervezas y altas dosis de nostalgia, esos boxeadores no son desertores ni traidores, son sencillamente cubanos, y como tal nos sentamos frente al televisor en el sótano de Macho, cerveza en mano, a apoyarlos, como si estuviéramos en Cuba y ellos pelearan en el Playa Girón o en los Panamericanos. Y cada vez que uno ganaba, nos sentíamos más orgullosos porque son cubanos y ser cubano no es eso que nos enseñaron desde pequeños. Estábamos contentos porque presenciábamos, en vivo, estas peleas, pero al mismo tiempo sentíamos tristeza por la cantidad de fanáticos en la Isla que tendrían que conformarse con ver una grabación días después y porque nosotros mismos veíamos esto acá, a unos cuantos grados bajo cero, y no en Cuba, con una botella de ron. Había alegría, pero también había cierta rabia contenida, aunque reinaba la paz. Nosotros, como esos boxeadores, teníamos nuestra propia pelea. Una pelea contra la nostalgia, una pelea contra la distancia.

El boxeo y el voleibol, después de la pelota, son los deportes que más siguen los cubanos. En ese momento en que estás sentado frente a la enorme pantalla del televisor, mirando a esos boxeadores desbordando talento ante otros púgiles de menor valía, al menos en lo que se refiere a la técnica, te pones a pensar en la cantidad de cubanos que andan regados por el mundo y, como cubano al fin, piensas en lo buenos que somos los cubanos. Ah, la escuela cubana de boxeo, la escuela cubana de pelota, la escuela cubana de ballet, la escuela cubana de piano. Qué buenos somos los cubanos, piensas, pero no lo dices abiertamente, para que no te muerda ese bichito chovinista que siempre nos persigue.